30 años de la Libre Esterlina

El proceso de imposición forzosa de una moneda de curso legal no es fácil. A lo largo de los siglos, los individuos han desarrollado mecanismos de aceptación o rechazo de las monedas en sus relaciones comerciales, y en última instancia han tenido la capacidad de hacer desaparecer una moneda, pero sólo en casos extremos.

Quizá una de las leyes más importantes de la Economía es la llamada Ley de Gresham: la moneda mala relega a la moneda buena a un papel de reserva, mientras que la moneda mala se utiliza en las transacciones comerciales. Esta Ley, a pesar de su nacimiento en un contexto de moneda fabricada con metales preciosos, tiene plena vigencia hoy en día, ya que lo que entendemos por moneda mala es un concepto que nunca pasa de moda.

En los años ochenta, la Gran Bretaña sufrió un proceso inflacionario de grandes dimensiones. Como en todos los procesos inflacionarios, la principal fuerza que alimenta la inflación, una vez puesto en marcha el proceso, es la velocidad de circulación del dinero. Los individuos intentan deshacerse con la mayor rapidez posible del dinero que poseen antes de que pierda mayor valor, puesto que éste llega a “quemar” en las manos. Si el proceso es rápido y bajo un régimen de confianza nula en la moneda, esta situación derivará en un proceso hiperinflacionario, tal y como modelizó Cagan en los años cincuenta.




El deterioro del valor de la libra esterlina comenzó por las monedas y los billetes de más baja denominación. Hasta los años setenta, £1 (una libra esterlina) era un billete con un color verde muy peculiar, con el cual se podía comprar una entrada de teatro o un canuto de fish&chips. En 1983, este billete se convirtió en pura calderilla que iba de mano en mano con un deterioro físico cada vez mayor, pasto de billeteras viejas y juegos de niños.

Este hecho, considerado por los habitantes de las Islas Británicas como una afrenta a su propia dignidad –dense cuenta hasta qué punto los ingleses se identifican con su moneda- llevó a la sustitución del billete de £1 por una moneda del mismo valor facial, en cuyo reverso se situó el escudo de armas de Inglaterra. Se le dio un color dorado y un tamaño como reminiscencia de la libra esterlina de oro (el soberano de oro): 9,5 gramos de peso, de los cuales el 70% es cobre 5,5% es níquel y 24,5% es zinc.

El objetivo que se pretendía conseguir –devolver la honra y el prestigio perdido a la libra esterlina- hizo que la nueva divisa fuera conocida por el apodo de Maggie, el sobrenombre de la entonces Primera Ministra, lady Margaret Thatcher: era una moneda fuerte, bordes ásperos y pretendía ser grande, excelente…

Su introducción no estuvo exenta de problemas. Gremios como el de los tenderos acumularon gran cantidad de críticas sobre su manejo. Sin embargo, poco a poco los tenedores de libras esterlinas fueron aceptando su uso y vieron en ella una símbolo de seguridad y, también, de ornamento. Precisamente, este lema, sacado de la Eneida de Virgilio, está grabado en el canto de la moneda.

Aún hoy en día, menos del 10% del total de libras esterlinas en circulación tienen un valor superior a su valor facial. Incluso, existen series de monedas con aleaciones de oro y plata, las cuales están reportando cientos de libras esterlinas a los coleccionistas, tal y como señala la casa de subastas Baldwin’s.

La moneda de una libra esterlina cumplió 30 años el pasado 21 de abril. Este artículo pretende ser, en suma, un homenaje a una moneda que no sólo recobró el prestigio perdido, sino también se erigió como un refugio de valor. Me temo que, en este momento, este papel de la libra esterlina ya no existe, gracias al Banco de Inglaterra.

Fuente: The Times, Monday, April 22th 2013

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